Dedicatorias

martes, 13 de julio de 2010

Recuerdos de la abuela (por Rogelito)

Hoy he recordado muchas vivencias familiares ligadas a la abuela Carmen, accedí en Internet al Blog dedicado en su honor, disfruté de un desborde de sentimientos hacia esa humilde, protectora y complaciente mujer que fue capaz de llenar de felicidad nuestros corazones, así tenemos que recordarla con mucha alegría. Fue la abuela preferida por todos, estuvo presente en ella esa delicadeza de complacer cualquier antojo de sus nietos, siempre la acompaño esa natural y picarezca forma de responder ante cualquier situación con palabras sencillas y era capaz de convencer a cualquier persona por muy instruida que fuera, son virtudes y rasgos de su personalidad que no todos podemos desarrollar.

Mi madre fue su escudera por mas de 18 años después de haber sufrido su primera fractura de cadera, a partir de entonces se convirtieron en compañeras iseparables en todas las contiendas, mas aún después de la muerte de mi padre, recuerdo aquellas interminables controversias entre ellas dos, cuando la abuela se levantaba en las mañanas, recogía sus cosas y le decia a mi mamá con voz firme e imponente ¨Me voy para mi casa¨ , escenas como esas se repetían semanas tras semanas. En varias ocasiones logró su objetivo, una vez salió de la casa aprovechando que mi mamá había ido para la bodega, le dió vuelta a la cuadra pasó por frente a mi casa y en la esquina una vecina le avisó a Miladys y la rescató de nuevo, en esa época ya manifestaba signos de demencia y que por ratos se agudizaban. A partir de ese momento nunca mas la dejamos sola en la casa ni por un momento.

Recuerdo tambien los episodios de desespero que tenía cuando venía de visitas a mi casa con mi mamá, siempre nosotros tratábamos de retardarlas para que llegara la hora de comida y nos acompañaran, ella siempre ponía algún pretexto para irse, primero decia ¨Ide vamos que se hace de noche y no hemos hecho la comida¨ , o se acercaba a puerta, miraba al cielo y decía, ¨Ñooo que agua viene por ahí¨ , vamos que va a llover, así tenía en jaque a mi madre todo el tiempo hasta que al fin lograba su objetivo, siempre la aompañaba su buen sentido del humor.

Creo que no tienen que darnos las gracias por haber atendido a la abuela, solo tuvimos la suerte de poder darle las atenciones que mercía y estar a su lado hasta su último aliento, ustedes tambien lo hubiesen hecho con el mismo cariño y dedicación que lo hicimos nosotros. Acostumbrarnos a su ausencia quizás llegue algún día, recordarla siempre será posible, pero olvidarla nunca.

lunes, 12 de julio de 2010

Los nietos Tico y Alina (fotos de Alina)

Adjunto fotos de Alina donde aparece la Abuela.

La abuela con Humbe y Humbertin


La abuela, Tico e Idelsy en una fotos de gran ternura en la casa de la Avenida Libertadores.

Idelsy, Tico y la abuela. Posiblemente una de las ultimas visitas de Tico a Cabaiguan


La familia Perez Rios con Humbertico en la terraza de Elio

viernes, 9 de julio de 2010

Abuela (por Ileana)

Hoy es 07 de julio de 2010.

Ayer fue, el 06 de julio.

¿Qué siento, qué pienso, qué va a pasar?, qué será?, cómo será?

no lo sé, solo siento que nada, NADA será igual porque ella era una luz que ya no estará.

Su voz, su olor, su risa, su caminar, ella!

No la abrazo más, no la veo más; ya no estará allí en ese portal, en esa cama, en esa mesa, en Cabaiguán.

Intentaré seguirla y encontrarla, algún día será, ese quiero que sea mi fin, junto a ella en cualquier lugar

La abuela Carmen (por Hildita)

Carta manuscrita de Hildita sobre la abuela Carmen



La abuela Carmen (por Juan Carlos)

09 de Julio de 2010

Hace muchos años que me aterraba de idea de la muerte de la abuela Carmen, sobre todo después de mis viajes de vacaciones a Cuba, cuando al despedirme de ella me venía a la mente la idea de… ¿será esta la última vez que disfruto de su compañía? Ese sufrimiento no era solo por mí, sino también por lo que ella pudiera pensar de esas despedidas, sencillamente quería evitar cualquier tipo de sufrimiento en su persona.

La abuela era una persona a la que le tenía no solo cariño sino adoración. Hace un año, en el verano de 2009 se cayó de la cama y se fracturó la pelvis. Con sus 93 años las posibilidades de recuperación eran escasas. Después de ese accidente su estado de salud física y mental se fue deteriorando poco a poco hasta apagarse el 6 de Julio de 2010.

La noticia de su muerte la supe conduciendo, en el camino de mi casa al trabajo, por una llamada de mi padre al móvil. La primera y más sincera sensación fue de tristeza profunda mezclada con un gran alivio. Al fin descansa en paz sin más sufrimientos para ella y para los seres queridos que la cuidaron durante este último y difícil año. Me alegró mucho la idea que al perder su condición mental en estos últimos meses, su sufrimiento sentimental también se desvaneció. Estoy muy feliz en medio de la irreparable pérdida, porque sé que murió sin ese sufrimiento desgarrador que significa dejar la vida rodeada de tanto cariño y tantos seres queridos. Se fue sin la preocupación de …¿quién cuidará ahora a mis hijos, nietos y bisnietos?,… ¿quién les preparará una sopa de pollo como la que yo hago?,… ¿quién comprenderá sus problemas y los ayudará hasta encontrar una solución?

Pero no debo engañarme con esa falsa felicidad. La vida de mi familia (los adultos que la conocimos) tiene un antes y un después. Con su muerte todos hemos perdido ese punto de alegría e ilusión que significaba un viaje a Cabaiguán, sin ella ya nunca será lo mismo.

La abuela tenía 47 años cuando nací, y exactamente 47 años más coincidieron nuestras vidas, llenas de cariño y amor hasta su muerte a los 94 años.

Su infancia y juventud
Carmen Cabrera Miranda nació el 17 de mayo de 1916 en el seno de una familia campesina de los campos Vuelta, Camajuaní ubicado en el centro de Cuba. Su padres (mis bisabuelos) eran Ramón Cabrera Duarte y Otilia Miranda Carreño. Conozco muy pocas historias de su niñez, adolescencia y juventud, tal vez dejé pasar los años sin conversar detenidamente este tema con ella. Me lo reprocho, pues fue la despreocupación del nieto que se siente permanentemente atendido y no debe prestar atención de nada, bajo su tutela yo me sentía protegido por una coraza de cariño que me hacia inmune de cualquier peligro. Sin embargo, quiero dejar escrito los pocos recuerdos que he grabado de su vida, que con un poco de imaginación nos permita tener una idea de los casi 100 años de su fructífera existencia.

Como niña de una familia campesina muy pobre, seguramente tuvo que aprender los quehaceres de la casa para ayudar a su madre en la atención permanente de los hombres que cultivaban la tierra como sustento alimentario y único de la familia. Por supuesto que no tuvo atención medica ni escolarización, esos servicios que hoy son básicos, en su niñez eran un lujo de las familias ricas. Por tanto la niña Carmen creció analfabeta y saludable genéticamente, pues los que enfermaban, muchas veces morían por falta de atención médica. Sus juguetes deben haber sido muñecas de trapo y junto a ellas, la imagino jugando y conformando un mundo imaginario que solo los niños entienden.

La familia de los Cabrera llevaban la música en la sangre. Los hermanos no sabían leer ni escribir, pero tocaban la guitarra y otros instrumentos musicales de oído y cantaban formando agrupaciones musicales para animar las fiestas de los campos de Cuba de la primera mitad del siglo pasado, cuando no existía luz eléctrica, la radio, el cine, la televisión y mucho menos Internet. Este arte acompañó a la abuela toda la vida, incluso cantó “La guantanamera” unas horas antes de morir.

El matrimonio perfecto con abuelo Ramón
En medio de este ambiente de miseria y necesidad crecieron los hermanos hasta llegar a la edad de casarse. Siempre conservo la idea de “mi abuela” como una mujer mayor, pero por las fotos identifico la gran belleza que tenia de joven. Por esa época conoció y se enamoró de Ramón Pérez, un joven apuesto, alto, trigueño y fuerte que seguramente tendría más de una pretendiente en la zona. Se casaron y se fueron a vivir a un bohío hecho por él, de madera y techo de guano de palma real, en una condiciones de miseria posiblemente mayores que la de su entorno paterno.

Entonces su existencia cambió radicalmente, ya que pasó de ser la hija ayudante en las tareas de la casa a administrar y gestionar su propia vida, al lado de su marido. Mi abuelo cultivaba la tierra y la joven Carmen preparaba la comida, cocinaba, lavaba, y a la vez concebía a sus hijos.

La relación de los abuelos la conocí de niño, cuando ellos llevaban más de 30 años conviviendo, por lo que no puedo saber con certeza si siempre fue igual. Pero la que yo conocí fue la ideal. Nunca escuché una discusión, un reproche, una mala cara, y cuando digo nunca es nunca. De hecho, los abuelos respetaban la parcela del otro casi de forma automática, no tenían que ponerse de acuerdo. La inteligencia de mi abuela era tal, que sus ideas las convertía en las de mi abuelo para que todo aparentada un patriarcado perfecto, pero casi siempre se hacia lo que ella estimaba conveniente.
De la fidelidad entre ambos ni mencionarlo, jamás imagine a ninguno de los dos mirando o hablando de otra persona de forma incorrecta, por lo menos delante de mí.

En las relaciones de pareja que se conocen hoy, con la mujer emancipada y activa en todas las dediciones que se toman, con carácter y sin complejos ni miedos a imponer su criterio, pudiéramos decir que los abuelos son una especie extinguida, de las que ya no existen. Atrás quedaron los años donde en la casa solo se escuchaba el tono de voz alto del hombre y del apoyo incondicional de la mujer. Aparentemente eran rasgos de machismo, pero puedo asegurar que la armonía familiar que generaba ese tipo de relación no se logra hoy ni en un laboratorio.

El nacimiento de sus hijos
Con poco más de veinte años, en los años 1940 nacieron Idelsy y Arístides. La mamá Carmen amamantaba sus hijos durante casi dos años hasta que, según sus propias palabras, se le secaban los pechos.

Por esa época mi abuelo Ramón invirtió todos sus ahorros en una tienda de campo que pasaron a gestionar la joven pareja de campesinos. A partir de esa época cambiaron el duro trabajo en el campo por una actividad dedicada a los servicios que requería menos esfuerzo físico pero indudablemente más conocimiento y sabiduría. A partir de entonces fueron muy conocidos en la comarca, ya que diariamente atendían a muchos clientes que se acercaban a la tienda para adquirir los víveres de primera necesidad, a los proveedores de mercancías y prepararon la tienda para ofrecer juegos de mesas como cartas, dominó y billar que requerían una atención permanente de múltiples actividades. Ya imagino a la señora Carmen Cabrera gestionando todos los detalles de aquel pequeño y humilde casino, controlando la rentabilidad, las cuentas y en definitiva buscando la prosperidad de su familia.


En 1953 tuvo a Adalberto, el último de sus tres hijos ya con 37 años, lo que debe haber complicado bastante su rutina cotidiana, ya que Idelsy y Arístides eran ya unos adolescentes y con este nacimiento tenía que retomar nuevamente la maternidad. Adalberto fue para ellos “el niño de la vejes”. Antes de este feliz nacimiento, tuvieron una niña que murió a los pocos días de nacida por una malformación congénita del estomago que le impedía alimentarse de forma natural. Seguramente esta fatalidad sea el hecho más triste que vivió la familia Perez Cabrera durante su juventud y madures. Con el paso de los años la familia Perez Cabrera vuelve a realizar otra operación de alto riesgo. Vendieron la tienda del campo que les garantizaba una estabilidad económica para mudarse para la ciudad de Cabaiguán y apostar por el desarrollo de sus hijos que se iban haciendo mayores. Se mudaron para la Avenida Libertadores no. 97, en el mismo centro del pueblo. El abuelo Ramón, una vez más cambia su modo de buscarse la vida y monta un negocio de peluquería con la ayuda de su joven hijo Arístides que combinaba los estudios en la escuela de Comercio de Santis Spiritus con el trabajo como barbero.




La Revolución
Y en eso llegaron las luchas revolucionarias de los años 1957 y 1958 y el ambiente de la casa se enrareció. Se volvió a perder la armonía y la felicidad ya que su hijo Arístides estaba involucrado en la lucha clandestina. ¿Estaban de acuerdo los abuelos con esta forma arriesgada de lucha de mi padre? Seguramente no, primaban el instinto de conservación, para ellos como para cualquier familia, los riesgos que suponía esta forma de enfrentar la dictadura de Batista superaba cualquier umbral de tolerancia vital y ponía en serio peligro la estabilidad y la felicidad de la familia. Sin embargo, apoyaron su decisión de luchar con todos los medios, relaciones y recursos a su alcance. Sufrieron cada noticia, cada operación clandestina que conocían o instruían y sobre todo se vieron a un paso del infierno cuando arrestaron a su hijo Arístides y lo condujeron a un proceso en que la frontera entre la vida y la muerte era imperceptible. Imagino las interminables noches de angustia y sufrimiento buscando desesperadamente una solución para esta situación tan crítica. En la liberación de Arístides los Perez Cabrera demostraron toda su sabiduría, la apuesta era difícil pero arriesgaron hasta la última carta. Movieron cielo y tierra sin descanso hasta salir con su hijo de la cárcel. Las gestiones y el éxito de la liberación de Arístides es sin dudas el acontecimiento más intenso e importante que vivieron los Pérez Cabera.

Con el alzamiento de Arístides acabó la situación estresante de la clandestinidad pero comenzó la angustia de los desconocido. ¿Seguirá con vida? ¿Cómo y dónde estará? ¿Cuándo termina todo esto? Solo los padres podemos entender el dolor en el corazón que deben haber soportado los Perez Cabrera durante estos infinitos e interminables meses hasta el triunfo de la revolución en 1959.



A principio de los años 1960 se casa Idelsy con Arnulfo Ríos y abandona el hogar materno. Esa fue una década de muchas penurias económicas y los Perez Cabrera la vivieron con ilusión. A pesar de las ideas ateas de la naciente revolución, la abuela nunca dejó de ser creyente. En la casa de Cabaiguán, siempre estuvo colgado el cuadro de Jesus, justo encima de la cabecera de su cama. Su ideas las mantuvo con total discreción, nunca nos habló de su dios, solo alcanzábamos a verlo entre sorprendidos y extrañados cada vez que íbamos a su casa, con algo natural que formaba parte de su vida espiritual.





Mi encuentro con la abuela
Es a partir de 1967 guardo los primeros recuerdos de mi abuela Carmen. Yo vivía con mis padres y mi hermana en Santa Clara, a 67 Kms de Cabaiguán, pero íbamos casi todos los fines de semana a reunirnos con los abuelos, tíos y primos. Lloraba los domingos por la tarde, cuando anunciaban el regreso a Santa Clara. En su casa sentía y respiraba el cariño y la felicidad por todos lados, no recuerdo discusiones, problemas ni angustias. Tampoco abundancia. En el entorno de mi abuela aprendí los valores de la familia

La vivencia más repetida era llegar el sábado por la tarde sin ningún aprovisionamiento. Por esa época había un estricto racionamiento de alimentos en Cuba que apenas alcanzaba para cubrir las necesidades de una familia. Cuando abría la nevera, en el congelador casi siempre había un pollo pequeño que seguramente era la “cuota de proteínas” de la familia de la abuela para esa semana. Sobre la marcha, y en medio de la alegría de que producía nuestra llegada, la abuela ponía el “pollito” a descongelar, preparaba una sopa para la cena y con la carne, un aporreado de pollo con arroz blanco para que alcanzara para todos. Cuando el pollo se picaba en partes, en forma de fricase o pollo frito entonces la abuela siempre decía:

- “…a mi dejan el ala, que es la parte del pollo que más me gusta…”

Tuvieron que pasar muchos años hasta que pude responder a mi duda de niño de ¿por qué la abuela siempre prefería el ala del pollo, siendo tan sabrosos los muslos o la pechuga?

La sopa de pollo era sin dudas uno de los platos preferidos de la abuela. A principio de los años 1970, mi hermana y yo pasamos un año viviendo en Cabaiguán con mis abuelos y fue esa la época en que mas sopa de pollo he tomado en mi vida. También recuerdo la exótica merienda que me preparaba de pan con azúcar prieta y café.

Por esa época ya la abuela era la principal proveedora de ropa de mi familia. Ella me hacia las camisas, pantalones, bañadores e inclusive hasta el maletín que llevaba a la beca de natación, que en vez de zíper tenia botones para cerrar.

La casa de la abuela en la Ave. Libertadores era extremadamente humilde. Las paredes eran de tabla y el techo de tejas. Tenía los cuartos en una barbacoa en la parte de arriba. Por las noches, la abuela permanecia despirta hasta que todos nos durmiéramos, ella me preguntaba desde su cama
- “… juancarlitos, ¿ya estas dormido?
Esa pregunta me dejaba desconcertado, si le decía que “Sí”, había una contradicción ya que durmiendo no se puede hablar, así que la única respuesta posible era “No”. En este caso también tardé unos años en deducir que esa pregunta tenía una tercera respuesta, que era mi silencio, lo que le respondía a la abuela que efectivamente estaba dormido, y ella podía relajar su vigilia.

El baño de casa de la abuela estaba fuera de la casa, y era compartido con los trabajadores de una fábrica de quemadores de cocina que colindaba con el patio. Las condiciones de higiene y comodidad no tenían nada que ver con la de mi casa en Santa Clara, pero yo me adapté perfectamente a esas circunstancias sin problemas. Por las noches la abuela tenia debajo de nuestras camas un “orinal”, que usábamos hasta el amanecer evitando la salidas nocturnas al patio. Esta situación origina la famosa frase de mi primo Tico cuando dijo:
- “…a mi esta casa no me gusta ni para cagar…”

La abuela me llevaba y me recogía todos los días en el colegio que ocupaba una torre de iglesia en Cabaiguán. Al regreso, en un gesto de cariño innato hacia ella, le regalaba un ramito de jazmines blancos, unas florecitas que olían a perfume y eran sus preferidas. Cada vez que vea un jazmín siempre la recordaré, era nuestro nexo sentimental más tierno.







Con la abuela viví la “cura de la disípela”. Me llevo a casa de una mujer santera para que me santiguara la inflamación que tenia por la picadura de una abeja, después de comprobar que los médicos no lograban curarme. También recuerdo su sufrimiento, cuando me partí la frente en casa del vecino Robertico


Se mudaron para Santa Clara
Los abuelos y Adalberto vivieron en mi casa de Santa Clara cuando yo tenía 6 o 7 años. El abuelo Ramón acondicionó el garaje de la casa como barbería. La abuela me llevaba la merienda al colegio. Yo todavía tomaba leche con biberón y ella me daba el pomo discretamente a través de la ventana de la clase sin que los compañeros me vieran, yo me metía debajo de la mesa y según sus propias historias, de tres chupones acababa el contenido del pomo.

La virtud más difícil de igualar de la abuela es su capacidad de soportar burlas y críticas de sus seres queridos sin ofenderse. De niño recuerdo una época que le rectificaba su forma de hablar. Ella adolecía de un vocabulario perfecto y cometía errores en determinadas frases que yo de forma reiterada, como si fuera una gracia le estaba corrigiendo. Jamás me dijo nada, me regañó o me puso caritas, sencillamente a ella eso no le ofendía, no le molestaba, se reía con todos de mi propia burla hacia ella. ¡Qué crueles pueden llegar a ser los niños con las personas que mas quieren! Con el paso de los años me avergüenzo de esa pesada insistencia que no hace más que demostrar que mi abuela era única e irrepetible.

Hay una anécdota suya de esta época, que refleja perfectamente este supuesto defecto de vocabulario. Viviendo en Santa Clara, montó con mi abuelo en una guagua con dirección a la Terminal de Omnibus. Con la guagua llena a reventar, ella, más espabilada que mi abuelo, avanzó rápidamente buscando la puerta trasera de salida hasta llegar a la parada destino. Se bajó y observó que mi abuelo estaba trabado todavía en la parte delantera de la guagua. Comenzó entonces a gritar su famosa frase:
- “…!Abajate Ramón, Abajate Ramón!...!

Por supuesto que mi abuelo se fue hasta la siguiente parada, y regresó caminando hasta encontrarse con mi abuela que lo esperaba impacientemente.



Las vacaciones en Varadero
El único “lujo” que disfrutaban los abuelos eran los viajes de una semana en la playa de Varadero. Indudablemente el viaje a la playa, gestionado por mi padre constituía el acontecimiento del año. De esos viajes nuestra familia guarda los momentos más entrañables. Yo los vivía intensamente en compañía de mis primos Jorge, Rogelio, Tico y Alina.



El ambiente festivo era permanente durante una semana que comíamos, pescábamos, nos bañábamos, paseábamos y vivíamos en una perfecta armonía y felicidad. Una vez terminadas las vacaciones, ya los abuelos empezaban a planificar nuevamente las del próximo año, realizando acopio de víveres, fabricando los bañadores de todos, engordando un puerco todo el año, etc. Se puede decir que el proyecto más importante que existía en esa época en nuestra familia era planificar y disfrutar una semana en la playa con toda la familia.


Convivencia con los abuelos

Casi todos los primos disfrutamos de la convivencia en casa de los abuelos. Primero mi hermana y yo, después Idelsy, Arnulfo, Jorge y Rogelio se mudaron del campo para Cabaiguan y para completar el “gran hermano”, Adalberto, Ana Rosa, Tico y Alina vivieron unos meses en la humilde casita que todos adorábamos. Según cuenta mi madre y también Ana Rosa, convivir con mi abuela dejaba de ser un problema para convertirse en un placer, ella lo ponía todo en función de sus familiares. No es difícil imaginar como aquellas 10 personas convivieron en la humilde casita de madera y tejas, con baño exterior y sin la más mínima intimidad matrimonial. Adalberto y familia ocuparon el cuarto de la planta baja y Arnulfo, Idelsy, los niños, Ramón y la abuela dormían en la barbacoa. Los fines de semana con nuestras visitas ni me imagino como seria el reparto de camas. Famosa es la anécdota de la época cuando Arnulfo contaba que él no necesitaba poner despertador, ya que el chorro de orine que caía de la amacha de Tico (que ya había podrido el colchón) hasta la palangana sobre las 6:00 de la mañana se escuchaba perfectamente en su cuarto


La muerte de abuelo Ramón y de Arnulfo Ríos
En el otoño de 1979, después de disfrutar de una temporada de vacaciones inolvidables en el hotel Kawama de Varadero, nos sorprendió la enfermedad y muerte de un infarto de abuelo Ramón. Desde el primer aviso que dio su corazón, hasta su muerte pasaron pocas semanas. La abuela soportó con gran valentía esta terrible e inesperada desgracia familiar que acabó por varios años con la felicidad y la armonía que reinaba en nuestra familia. Con el paso de los años logramos nuevamente recuperar la normalidad.


El año 1996, el fatal accidente y posterior muerte de Arnulfo volvieron a remover todos los cimientos de felicidad de la familia. La relación de la abuela con su yerno hay que enmarcarla en el libro de records del respeto, el cariño y la admiración mutua entre una suegra y un yerno, que al final quiso como a un hijo más.

Estos dos fallecimientos prematuros fueron sin duda los acontecimientos más tristes que vivió la abuela en la segunda mitad de su vida.

La abuela y la emigración

La división definitiva de la familia en dos continentes empezó con la salida de Ileana el 7 de abril de 1993. En 1994 empecé a arreglar los trámites de mi salida, y la última persona con la que hablé de mis planes ya casi consumados de irme a vivir fuera de Cuba fue con la abuela. De ella fue de quien más me costó separarme, representaba la esencia de mis raíces. Por eso, siempre traté durante todos estos años de exilio de no perder el vinculo con Cuba, regresando de vacaciones cada dos años y de alguna forma disfrutando con ella las pocas horas que teníamos para compartir.

Pero la separación para la familia solo había empezado, después salieron Adalberto, Alina, Tico y Amanda. Estos sucesos le causaron mucho sufrimiento y dolor a la abuela en los últimos años de su vida, sobre todo la separación de su hijo menor (Adalberto) al que nunca más pudo abrazar. Esta separación forzosa, constituye la mayor injusticia que sufrió la abuela y la familia en general por causas políticamente injustificadas. Eso le impidió relacionarse mas estrechamente con sus nietos y bisnietos en estos años. La estrecha relación con su hija Idelsy la ayudó a sobrellevar esta carga emocional con gran dignidad. A la abuela no era fácil verla llorando o derrumbada sentimentalmente, la depresión y el pesimismo no formaban parte de su personalidad

Un ejemplo de ser humano irrepetible
La abuela deja un vacío imposible de llenar. No he conocido a otro ser humano que tenga tantos atributos humanos a favor y tan pocos en contra. Repitiendo la famosa frase de un discurso político,…¿ Si queremos saber cómo deseamos que sean nuestros hijos? Puedo asegurar de todo corazón, queremos que sean como “La abuela Carmen”. A ellos les dedico estas memorias, para que aunque no la conocieron, sepan la persona que fue.
Lo más importante de todas sus cualidades es que fue inmensamente feliz y trasmitió ese sentimiento a todos lo que le rodeaban. Para lograrlo, no necesitó riquezas ni poder, solo le bastó con su don de gente, su alegría desbordante, su generosidad infinita y esa sonrisa perpetua que nunca olvidaremos.

Descansa en paz abuelita.

Video del verano de 2004 en Cabaiguan (por Juan Carlos)

Este video lo grabamos durante las vacaciones que disfrutamos en Cuba en 2004. Recuerdo que estabamos en Trinidad, La Boca. Fuimos en el carro de Migue y Rogelio estaba con nosotros. Recibimos una llamada de urgencia de Cabaiguan que Idelsy habia sido ingresada por graves afectaciones cardiacas.
Abuela narra las peripecias que pasó para poder ver a su hija, pues no la dejaban entrar.

jueves, 8 de julio de 2010

Video de la Abuela en 1997 (por Juan Carlos)

Recuerdo en video de la abuela en la navidad de 1997, celebrando la Nochebuena en casa de Miguel durante mi primera visita a Cuba despues de vivir en España.